Hoy
celebramos la solemnidad del Corpus
Christi, decretada por el Papa Urbano IV en 1264 e impulsada por el
Papa
Clemente V en 1311, en respuesta a la visión que Dios concedió a santa Juliana
de Mont Cornillon.
En esta fiesta, inseparablemente unida
al Jueves Santo, en el que celebramos la institución de la Eucaristía, el más
grande de los sacramentos es presentado a la adoración y es llevado en
procesión, para manifestar que Cristo resucitado camina con nosotros,
guiándonos hacia la eternidad.
Jesús, la víspera de su Pasión,
durante la Cena pascual, tomó el pan y dijo a sus Apóstoles: “Tomen, este es mi
cuerpo”. Después tomó el cáliz, y dijo: “Esta es mi sangre de la alianza, que
es derramada por muchos”. Estas palabras resumen
toda la historia de Dios con nosotros; recuerdan e interpretan el pasado, y
anticipan el futuro: la unión definitiva con Él.
Aquella sangre de novillos que Moisés
roció sobre el pueblo en señal de la Alianza divina, en Jesús llega a
plenitud. Él, liberándonos del pecado, nos hace puros para Dios, y así nos
permite entrar en comunión con Él. Por eso, la carta a los Hebreos afirma que
Cristo, “con su propia sangre, nos obtuvo una redención eterna”
¿Cómo le pagaremos al Señor todo el
bien que nos ha hecho? Levantando el cáliz de la salvación, invocando su nombre, es decir; celebrando la
Eucaristía, como Él lo pidió: “Hagan esto en conmemoración mía”.
Bajo los signos del pan y del vino,
Jesús se nos entrega y nos une a Él, al Padre y al Espíritu Santo, y a toda la
Iglesia; nos da la fuerza para ser constructores de unidad y nos da la
posibilidad de alcanzar una vida plena y eternamente feliz. De esta manera nos libera
del drama de la soledad, del sinsentido y de la desesperanza.
La Hostia, hecha de granos molidos,
“expresa el esfuerzo humano, para contribuir al perfeccionamiento de la
creación, don de Dios… El pan, hecho de muchos granos de trigo, encierra
también un acontecimiento de unión”, decía el Papa Benedicto
XVI. Esto lo podemos hacer ya que Cristo nos promete lo mismo que a san Agustín
en una especie de visión: “me comerás (y)… te transformarás en mí”.
En la procesión del Jueves de Corpus seguimos a Jesús,
presente en la Eucaristía, pidiéndole que nos acompañe y que nos guíe hasta la
Patria eterna, comprendiendo que la Eucaristía, al unirnos a Él, nos abre también
a los demás.
Que, por intercesión la Virgen María,
como el beato Juan de Palafox, encontremos en la Eucaristía, la fuerza para “extirpar
el mal y plantar lo que es santo y bueno”, y para, como lo ha pedido
el Papa Francisco, ir “a las periferias existenciales para anunciar la vida de
Jesucristo”.
+ Eugenio Lira Rugarcía
Obispo
Auxiliar de Puebla
Secretario
General de la CEM
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