Hoy celebramos que la Virgen María, luego de haber concebido por obra del
Espíritu Santo al Hijo de Dios, enterada por el arcángel Gabriel que su
parienta Isabel se encontraba embarazada, se encaminó presurosa a su casa para servirla (cfr. Lc 1, 39-56), porque, como
explica san Ambrosio, “el amor
no conoce de lentitudes”.
Ella, la mejor
discípula de Jesús, imitando a quien había concebido, unida a Dios ofrece a los
demás un amor creativo, concreto y activo. Podría haber dicho: “yo también
estoy esperando un Hijo, nada puedo hacer por ella”, pero no; pensó en Isabel,
en sus necesidades y corrió a servirla.
María fue a ver a
casa de Isabel para ofrecerle el mayor de los servicios: traerle al fruto
bendito de su vientre, que nos libera del pecado y nos hace hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eternamente
feliz.
Por eso, Benedicto
XVI, al visitar México, afirmó que la verdadera devoción a la Virgen María nos
acerca siempre a Jesús; que venerarla “es vivir según las palabras del fruto
bendito de su vientre”.
Ella misma lo hizo. ¿Y nosotros?
Quizá más de una vez,
ante los sentimientos, necesidades,
deseos, ilusiones y preocupaciones del cónyuge, de la novia, de los padres, de
los hijos, de los hermanos, de los compañeros de estudio o de trabajo, de los
patrones, de los empleados, y de quienes padecen alguna forma de pobreza,
lleguemos a pensar que todo es menos importantes que nuestros propios
sentimientos, necesidades y deseos. Y por eso, en lugar de encaminarnos
presurosos a servir, nos quedamos como “caracoles” –conchudos y babosos–
moviéndonos con tremenda lentitud.
María
no fue así; se dejó guiar por el amor. También lo supo hacer Isabel. Por eso,
con fe exclamó: “¿Quién soy
yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Así, en el niño que Isabel
lleva en su seno, Juan el Bautista, se cumple lo anunciado por el profeta
Sofonías: “Alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado
tu condena… El Señor será el rey de Israel…y ya no temerás” (3, 14-18).
Como Isabel, recibamos a quien la Virgen María nos trae, y digámosle:
Jesús, eres mi Dios y salvador; “confiaré y no temeré” (cfr. Sal-Is 12,
2-3.4bcd. 5-6). Y como María, proclamando la grandeza del Señor, que ha puesto
sus ojos en nuestra humildad, seamos discípulos y misioneros del Señor,
conscientes de que, como ha dicho el Papa Francisco, también a nosotros, “El
Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias
existenciales para anunciar la vida de Jesucristo”. Hagámoslo así, comenzando por casa, teniendo presente
que, como decía el beato Juan de Palafox, “Hemos de ser canal
del amor de Dios, no laguna”.
+ Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de
Puebla
Secretario General
de la CEM
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